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DEL 15 AL 8 DE JULIO DEL 2015

"Todo esto de riqueza que tienen ustedes, de riqueza espiritual, de piedad, de profundidad, vienen de haber tenido la valentía, porque fueron momentos muy difíciles, la valentía de consagrar el Ecuador al Corazón de Cristo".

 

Papa Francisco

La emoción que causó el primer Papa en Ecuador volvió con Francisco   

 

El muro humano de policías y militares no alcanzó para contener a la marea de gente que fue al aeropuerto Mariscal Sucre a recibir al papa Juan Pablo II. Se abalanzaron desde la tribuna cuando lo vieron caminar, unos 100 metros, desde el avión hasta su papamóvil, tras la ceremonia de bienvenida.

 

 

Galo Aguirre fue entonces parte de la seguridad del Pontífice, en representación del Municipio de Quito. Soportó a la gente en su espalda, con los brazos encadenados a los de sus compañeros, hasta que se desplomó justo frente a Juan Pablo II. En un momento, que duró lo que un respiro, distinguió los pies del Pontífice. Los empujó para que suba a su vehículo y luego lo vio alejarse sonriendo, saludando a los devotos que llegaron de varias provincias.

 

Era el 29 de enero de 1985. Ahora, el papa Francisco, luego de tres décadas, pisó el mismo lugar que Juan Pablo II besó al bajar del avión. Pero ya no encontró las aeronaves, las torres de control en operaciones. El Mariscal Sucre se convirtió en el parque Bicentenario y es el lugar elegido para la misa campal que el actual Papa celebró el 7 de julio del 2015. Al sitio llegaron cerca de 900 000 personas.

 

Casí el doble de los devotos que Juan Pablo II atrajo al parque La Carolina, donde celebró su misa en 1985. Aguirre recuerda que ese 30 de enero había tanta gente que algunos incluso subieron a los árboles para poder apreciar, de lejos, la figura imponente de Juan Pablo en el altar. Aguirre aún tiene el rosario, las monedas del Vaticano y el sello papal que le entregaron en agradecimiento por su trabajo.

 

El mismo día, Juan Pablo II se trasladó a la plaza de San Francisco. Ahí se reunió con los trabajadores. Fernando Mazón fue uno de los invitados especiales. Los jóvenes obreros lo eligieron como representante para entregarle al Papa una de sus obras; un cuadro de la iglesia de San Francisco.

 

Él es de Riobamba, pero llegó a Quito para estudiar Arte en la Universidad Central. El cuadro fue hecho con una técnica llamada puntillismo (dibujo mediante puntos). Tardó seis meses en hacerlo y, en primera instancia, iba a ser canjeado por algunos meses de arriendo con el dueño del departamento donde vivía. Pero su pintura ganó tres concursos (uno nacional) y eso hizo que la conserve hasta la llegada de Juan Pablo II.

 

Ese día tuvo que salir a las 06:00 desde su casa, en La Gasca, para llegar caminando a San Francisco. El tráfico colapsó, la gente estaba en las calles en improvisadas procesiones; el comercio se activó, las casas se embanderaron y todos querían ver al Papa. Juan Pablo II estuvo tres días en Ecuador, uno menos de lo que tiene previsto Francisco. Hace 30 años el Papa fue a Quito, Latacunga, Cuenca y Guayaquil. Francisco, el primer Papa latinoamericano, estuvo solo en Quito y en Guayaquil.

 

En los alrededores de los sitios donde hicieron las misas se restringieron al paso vehicular. El transporte municipal en Quito fue gratuito. La hermana María Emilia Loor lo vio en el encuentro de religiosos que tuvo en la parroquia El Quinche, antes de que Francisco deje el país. Fue la segunda vez que compartió con un Papa en Ecuador.

 

A Juan Pablo II lo escuchó en el estadio Olímpico Atahualpa, cuando él se reunió con los jóvenes del país. Su mensaje caló tanto en ella que la acercó a la vida religiosa. Se consagró al movimiento católico Schoenstatt hace 28 años.

 

Recuerda que el día que el Papa iba a hablar con los estudiantes se reunieron horas antes cerca de la Universidad Católica y caminaron, en medio de rezos y cánticos, hasta el Olímpico Atahualpa. Esta vez, con Francisco, los jóvenes también se concentrarán, pero la ruta será diferente. El punto de encuentro es el estadio Atahualpa. De ahí caminarán hasta el parque Bicentenario. Ahí harán una vigilia durante la noche y madrugada, en espera de la llegada de Francisco.

 

Galo Aguirre recibió un rosario, monedas del Vaticano y un sello papal, como agradecimiento por su trabajo en la seguridad y organización de la visita de Juan Pablo II en 1985. Fotos: Jenny Navarro / EL COMERCIO

Fernando Masón entregó un cuadro que pintó de la iglesia de San Francisco al primer Papa que visitó el Ecuador hace 30 años, en representacíón de los jóvenes obreros. Fotos: Julio Estrella / EL COMERCIO

Cuando llegó Juan Pablo II al Ecuador, Emilia Loor fue una de las jóvenes que lo escuchó en el estadio Olímpico Atahualpa. Luego entregó su vida al movimiento religioso Schoenstatt. Fotos: Andrés Jaramillo / EL COMERCIO

 

Así fue la llegada del Papa a Ecuador

 

El papamóvil pasó con premura. Apenas le dio tiempo a Tito Loor, de 31 años, de ver al papa Francisco vestido de blanco, en la parte trasera del vehículo, saludando a los fieles de Quito. Fueron solo unos segundos, pero no necesitó más para estremecerse y emocionarse. Saltó, gritó y contagió su algarabía a los jóvenes que se encontraban a su alrededor. Loor se había colocado una nariz roja de plástico, como las que usan los clown, que lo distinguía entre la multitud. Era el símbolo que reflejaba el mensaje que el papa Francisco dio antes de llegar a Ecuador: “Hay que evangelizar con alegría”.

 

Los católicos también somos alegres y nos preocupamos por los demás. Francisco nos lo ha recordado y por eso estamos felices por la visita”. Loor es parte del Movimiento Vida Cristiana, que participará en todos los actos previstos durante la visita papal hasta el 8 de julio. Estuvo cerca de la avenida Naciones Unidas y 6 de Diciembre, desde las 10:00. A esa hora comenzó a llegar la gente con sillas para esperar el paso del Pontífice. Colocaron carteles donde le daban la bienvenida a Francisco y banderas del Ecuador. Pasado el mediodía, ya no había espacio para albergar a más personas en los alrededores del estadio Olímpico Atahualpa.

 

Las personas salieron a los balcones de los edificios cercanos con cuadros de Jesús y de la Virgen María. También con figuras de santos. La Policía formó un escudo humano para evitar que la gente que estaba en la calle pasara el cordón en la 6 de Diciembre. Los voluntarios estuvieron reforzando la seguridad, pero también motivando a los fieles. Los invitaron a aplaudir, a rezar y a expresar su fe a Francisco. Hubo cerca de 7 000 voluntarios desplegados.

 

Verónica Baldeón coreó las canciones que desde hace un mes y medio practicó con sus compañeros. Quería agradecerle a Dios por ayudarla a superar un altibajo en su salud y por eso se inscribió en el grupo de voluntarios. Llegó a las 10:00 para organizar al equipo que estaba a su cargo. Caminó de un lado a otro ubicándoles en sus posiciones, aconsejándoles que el momento en que llegara el Papa no lo miren a él sino a la gente, para evitar que se aglomeraran. Su almuerzo fue un aperitivo que encontró en un puesto ambulante, de los muchos que se instalaron en los alrededores con comida, camisetas, llaveros, gorras, paraguas, plásticos, pañuelos con el rostro del Papa.

 

Baldeón sintió cansancio y dolor en los pies, que solo le olvidó cuando vio a lo lejos las luces de las sirenas de la Policía, custodiando a Francisco. Primero, varias motos y después el papamóvil blanco, con las luces encendidas. Los vehículos con vidrios polarizados que seguían al Papa en el recorrido motivaron la reacción de personas apostadas en la 6 de Diciembre. Gritaron ¡Fuera Correa, fuera! en los segundos que duró el paso de la caravana. Los voluntarios les recordaron que no se trataba de un acto político.

 

El Papa siguió su recorrido con el brazo derecho levantado para saludar a los quiteños y también a sus coterráneos argentinos que llegaron. Dos de ellos eran el matrimonio de Jesús Rambaudi y María Sosa. Ellos emprendieron un viaje por América hace tres meses. Llegaron a Ecuador el 25 de mayo y tenían previsto quedarse solo 15 días. Pero cuando se enteraron que el Papa llegaría a Ecuador se quedaron. Ayer lo esperaron tomando mate en la intersección de la 6 de Diciembre y Gaspar de Villarroel.

Miles de feligreses durmieron en el parque Bicentenario en espera de Francisco   

Fotos: Andrés Jaramillo / EL COMERCIO

El hijo de Elena Pillajo estuvo grave en el área de terapia intensiva. La esquizofrenia lo había llevado al extremo de hacerse daño. Ella sintió angustia, desesperación, impotencia. Las horas pasaban y no se recuperaba. Fue hace cinco años; entonces su hijo tenía apenas 13 años. Pillajo le rogó a Dios por su vida. En esa época ya le habían diagnosticado la misma enfermedad a su otro hijo menor. Durante su infancia nada advertía sobre su condición, pero en la adolescencia todo cambio con el diagnóstico. 

 

Con amor, su madre logró que la vida del hogar sea llevadera. Su hijo mayor logró salir de terapia intensiva y ambos quisieron agradecerle a Dios por ese milagro. Llegaron ayer al parque Bicentenario, en el norte de Quito.Colocaron una carpa, entre las miles que formaron laberintos de colores en el Bicentenario. Albergaron a los feligreses la madrugada de este 7 de julio del 2015. Soportaron la lluvia, el frío, la sed y la incomodidad de un terreno irregular, que acabó con sus espaldas.

 

Todo para ver al sucesor del apóstol Pedro, el papa Francisco, en la ceremonia religiosa que ofreció a las 10:30.Pillajo vive cerca del Bicentenario, en el sector de San Carlos. Sin embargo fue de las primeras en llegar en la víspera, luego de Washington Calderón. Él estuvo a las 05:30 del 6 de julio del 2015 fuera del parque, haciendo fila y en espera de que abran las puertas.

 

Estuvo de pie durante nueve horas, pero la espera valió para su cometido. Acampó frente al templete que se levantó en el lugar, desde donde podrá ver a Francisco de cerca. Su familia se unió más tarde y llegaron preparados con ropa abrigada; chompas y gorros de lana. También con alimentos –principalmente frutas y café- para soportar la jornada.

 

Aída Mendoza viajó desde Esmeraldas con su esposo e hija. Demoró cerca de siete horas, todo para pedir al representante de Dios en la tierra por la unión familiar y la reconciliación del país. Volverá a su tierra el 8 de julio del 2015.Pillajo esperó de rodillas al Pontífice, sobre la hierba mojada, orando durante la vigilia que se hizo hasta las 00:00.

 

Sus piernas, apenas protegidas por un fino pantalón de tela, se humedecieron. El rostro palideció al igual que sus manos descubiertas. No fue un problema para ella, sentía que ese sacrificio era parte de su agradecimiento a Dios. "Es solo una noche que nosotros le entregamos, en cambio él a nosotros nos da su tiempo toda la vida".

 

Su hijo la acompañó y se emocionó con los fuegos artificiales que se lanzaron al final de la vigilia. Luego se pidió a los feligreses que traten de descansar y recuperen fuerzas para la jornada de este 7 de julio. Las pantallas gigantes instaladas en el parque Bicentenario se apagaron, así como los coros pastorales que animaron a la gente desde la tarima.

 

Pero la gente se negó a dejar de ovacionar a Francisco y a Dios. No era una madrugada cualquiera. Luego de 30 años un Papa visitaba el Ecuador. Pillajo estaba consciente de que quizá no volvería a ver a otro en su vida. No durmió y pudo observar cómo el cielo de Quito volvía a aclararse, entre cantos y rezos.

 Francisco renovó la fe en Quito

Fotos: Andrés Jaramillo / EL COMERCIO

La misa estaba por terminar. El papa Francisco invocó a la paz y lo que siguió después provocó el llanto de Lupita Morocho. Los policías que resguardaban la salida del bloque D, y la gente que estaba en los alrededores, se acercaron unos a otros para apretarse las manos.


Era el anhelo cumplido de Morocho. Ella fue al parque Bicentenario para pedirle a Dios, a través de su representante en la tierra, que traiga paz al país. "Ahora son momentos críticos y el Papa ha venido por todos. Me siento muy alegre; con un sentimiento indescriptible".


Los feligreses llevaron banderas y pañuelos blancos, con el rostro del Papa y de la Virgen María impresos. Las levantaron y hondearon desde que Francisco llegó a la exterminal aérea Mariscal Sucre, en el norte. Eso fue cerca de las 09:00.

 

Primero se reunió con los obispos del país y con representantes extranjeros. Luego vino el turno de los feligreses. Les había ofrecido un breve recorrido por las calles que dividían los 34 cubículos donde se distribuyó la gente en el Bicentenario, antes de que empezara la misa prevista para las 10:30. Las personas esperaron con ánimos al papamóvil y se olvidaron, aunque por un breve momento, del cansancio de la noche previa. 


Soportaron una lluvia intensa que anegó partes del Bicentenario y complicó la acampada. Las carpas plásticas se instalaron juntas para no darle espacio al viento helado y formando laberintos.
Atendieron casos de hipotermia, niños extraviados y adultos mayores que perdieron su medicina en medio del gentío y la oscuridad.

 

Los jóvenes de la pastoral ecuatoriana y sacerdotes que dirigieron la vigilia por el Papa repetían una y otra vez que cualquier emergencia debía reportarse a uno de los 7 000 voluntarios, que se convirtieron en la columna vertebral de la organización.


La gente llegó por decenas de miles como una marejada. Los voluntarios se encargaron de repartirlos por áreas, entregarles agua. Los más preparados entraron al Bicentenario con fundas de dormir, colchones inflables, cobijas, plásticos, sillas, grandes ollas con bebidas calientes. El grupo de Gabriel Argudo, de 53 años, trajo agua aromática desde Riobamba. 


El frío de la madrugada puso a prueba su fe y la de otras 41 personas que lo acompañaron. Pertenecen al movimiento religioso Rosas de Gregorio. "El hermano José Gregorio es el que nos impulsa a estar aquí. Sabemos que su beatificación está próxima", dijo Argudo.


Otros feligreses, en cambio, menos diestros en el arte de acampar; no llevaron carpa. La familia de Julio Salazar y Soraya Noguera tuvo que acomodarse entre plásticos y cobijas. Llegaron a las 03:00 desde Lago Agrio. No alcanzaron a ver el espectáculo de juegos pirotécnicos con el que se cerró la vigilia de la noche, a las 00:00. A esa hora se pidió a los feligreses que trataran de descansar y recuperar fuerzas para la jornada de ayer, con el Papa. Las pantallas gigantes instaladas en el parque Bicentenario se apagaron, así como los coros pastorales que animaron a la gente desde la tarima.


La familia Salazar y Noguera llegó justo cuando los cánticos desbordaban y les dieron ánimos para instalarse. Estaban agotados del viaje y confundidos. Escucharon que no iban a permitir el ingreso de paraguas y por eso se abstuvieron de traerlos. Se empaparon con su hijo menor; sintieron la hierba húmeda bajo la ropa y los plásticos que compraron no sirvieron de mucho.


Fue un sacrificio que asumieron con alegría y devoción. Tenían un pedido especial que hacerle a Dios: que permita el diálogo interreligioso en su provincia, Sucumbíos, donde la Iglesia Católica está perdiendo terreno. "Allá tenemos problemas con grupos de otras religiones. No hay el respeto a la eucaristía, a la presencia de Dios", dijo Noguera. 


Retornaron ayer a Lago Agrio, cuando se terminó la misa. Fueron de los feligreses que lograron ver al papamóvil en su recorrido antes de la eucaristía. El vehículo no llegó a todos los sitios como quería y eso generó desazón.  Pero la gente escuchó su mensaje, lo aplaudió y se emocionó cuando les pidió que agacharan la cabeza para bendecirlos, luego de estrecharse las manos en el momento de la paz y comulgar. Al final, el Sumo Pontífice se dirigió a los quiteños y los pidió que no olviden rezar por él. 

El 7 de julio hubo aglomeración en el parque Bicentenario, en Quito. Las personas intentaban ingresar al sitio para ver de cerca al papa Francisco.

Uno de los momentos más especiales fue cuando el papa Francisco ingresó con su papamóvil al parque Bicentenario y recorrió parte del recinto, por entre las calles que dividían los bloques llenos de personas. 

Los feligreses llevaron ropa abrigada y ponchos de agua para soportar el mal clima que se vivió por la noche del 6 de julio, antes de que el papa Francisco celebre la misa en Quito.

Fotos: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

 Francisco

bendijo a

Jesús Joaquín

antes de dejar 

El Quinche

 

El Papa bajó del auto que lo trajo ayer desdeTumbaco a El Quinche. Iba a subir al papamóvil, que se estaba a la entrada del estadio de esaparroquia, pero vio a un pequeño con una cruz demadera colgando de su pecho. Era Jesús Joaquín. Estaba en una silla de ruedas junto a su madre, Gina Romero.

 

El papa Francisco se acercó caminando despacioa ellos. Se agachó y bendijo al niño acercando su mano derecha a la frente. Luego miró a su madre y también dibujó sobre ella la señal de la cruz.

 

Gina y su hijo llegaron a El Quinche alrededor de las 06:30 de ayer, incluso antes que la Policía y el Ejército. Tuvieron que levantarse una hora antes para poder llegar temprano, desde el valle de Los Chillos, donde residen. Vieron cómo la Policíaacordonó el lugar y cerraron el paso a los vehículos y a las personas. Fue el último destino que visitó el Papa en Ecuador, antes de viajar a Bolivia.

 

La noche previa, Gina se enteró que el Papa iba a visitar el campo Mariano de esa parroquia. En casa, ella se arrodilló y pidió a Dios que permitiera -a quien el catolicismo considera su representante en la Tierra- bendecir a su hijo. Jesús Joaquín es un milagro de Dios. Ha enfrentado nueve cirugías por una parálisis cerebral profunda y una microcefalia.

 

No puede hablar, escuchar o caminar. Los médicos llegaron a decir que no sobreviviría. Pero el amor de su madre y su fe en Dios echaron abajo los pronósticos médicos. En los peores momentos ha sido su guía y esperanza. Desde los 2 años de edad han aprendido a comunicarse sin palabras, con la mirada, con un lenguaje aún más intenso, el del espíritu, dice ella.

 

Gina cree que fue Dios quien intercedió para poder tener con vida a su hijo y también para estar ayer en el momento justo. Los militares y agentes de la Policía que cuidaban del papamóvil le dijeron que no podría estar ahí cuando llegara Francisco. Era elprotocolo de seguridad.

 

Incluso el Escuadrón de Explosivos había revisado el jeep para verificar que no existieran artefactos extraños.

 

Pero Gina no se rindió, no está acostumbrada a hacerlo. Llamó incluso la atención de un general de división que llegó poco antes del arribo delPontífice. Él le preguntó las razones que la llevaban a permanecer en el sitio. Ella contestósolo con una palabra: fe.

 

Cuando el oficial conoció a Jesús Joaquín y su historia no pudo negarle el encuentro. El pequeño tenía una carta que escribió con la ayuda de su madre y que entregó a Francisco antes de dejar el país. Ahí le decía que iba a rezar por él, como pide en sus homilías. También que bendiga al Ecuador y que vuelva pronto, para otro encuentro.

La gente paralizó Roma. En minutos copó la gigantesca plaza de San Pedro, en el Vaticano. Juan Carlos Jiménez estuvo ahí, entre la multitud, ese 13 de marzo del 2013. Él es secretario de Ministerios y Vida de la Arquidiócesis de Quito.

 

Él vio a Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, salir al balcón central de la Santa Sede. El nuevo Papa no se colocó la acostumbrada capa roja (esclavina) ni los zapatos del mismo color. Se mostró ante el mundo con su túnica blanca; sin lujos, con un crucifijo de hierro -y no de oro- colgado en el pecho.Esa imagen impactó, dice Jiménez, por la humildad y sencillez que proyectó. Fue la mejor forma de mostrar el tipo de Iglesia que persigue; de y para los pobres.

 

A penas ocupó su cargo nombró a un cardenal para que se preocupase del bienestar de los mendigos de Roma, sus vecinos de la plaza de San Pedro. Ellos reciben vestimenta, alimentos, dinero, boletos de metro... y, algo más, la escucha de Francisco. Comparten tertulias durante los almuerzos.Francisco cree en la distribución de la riqueza y en la solidaridad. A las favelas de Río de Janeiro (en Brasil) llegó con donaciones económicas.

 

Compartió los recursos de la Iglesia con los damnificados por las lluvias en Bolivia. A su natal Argentina también destinó fondos para programas sociales. En el 2013, la revista Time lo nombró Personaje del Año. Destacó su liderazgo y pensamiento de vanguardia en temas que la Iglesia intentó esconder bajo la alfombra.

 

El Papa asumió una Iglesia acosada por escándalos de lavado de dinero en el Banco del Vaticano y denuncias en contra de sacerdotes que abusaron de menores.Francisco también fue objetivo de críticas por su papel en la dictadura argentina (1976-1983).Organizaciones de DD.HH. lo señalaron por supuestamente delatar ante los militares a dos sacerdotes que profesaban la teología de la liberación, lo que él negó.

 

El Papa logró bajar las críticas con la creación de una comisión especial para auditar al Banco del Vaticano. Además, impulsó una reforma al código penal del Estado de la Ciudad del Vaticano para que esté a tono con la legislación internacional.En lo referente a los casos de pederastia y corrupción, creó un tribunal para juzgar casos de obispos que encubrieron a los sacerdotes que abusaron de menores de edad.

 

El exnuncio apostólico ante República Dominicana, Josef Wesolowski, fue el primer prelado detenido y ahora enfrenta un juicio penal.Francisco ha mostrado dureza a la hora de encarar estos problemas, pero también flexibidad y prudencia al tratar otros, que han enfrentado a la Iglesia con grupos como la comunidad de gais, lesbianas, bisexuales, transgénero e intergénero (Glbti).Francisco ha dicho que él no juzga la identidad sexual y que la iglesia no la condena. Ese tono conciliador ha sido bien recibido, incluso entre los representantes de otras religiones. 

 

El rabino Max Godet, de la comunidad Judía del Ecuador, dijo en Ecuadoradio que se considera un “admirador” del Papa. Lo conoció en Brasil, durante la Jornada Mundial de la Juventud, el 2013. Para Godet era un líder religioso más, hasta que lo escuchó y quedó cautivado con su mensaje. “En el medio rabínico dicen que probablemente este es el mejor amigo del pueblo judío en la historia del Vaticano. Ha trabajado mucho en el diálogo interreligioso”. 

Y ha tratado también de ponerse a tono con los cambios sociales. Es el primer Papa que reconoce las separaciones en los matrimonios cuando se vuelven inevitables. “Puede volverse moralmente necesario, cuando se trata de sustraer al cónyuge más débil o a los hijos pequeños, a las heridas más graves causadas por la prepotencia y por la violencia, por el desaliento y por la explotación, por la ajenidad y la indiferencia”, señaló en mayo pasado.

 

Javier Piarpuzan, párroco de El Quinche, cree que la orden religiosa a la que pertenece Francisco ha influido en su accionar y en la visión que tiene sobre la Iglesia y el mundo. “El pensamiento de los Jesuitas riñe con el dogmatismo y las tradiciones de la Iglesia”. Ellos, que se destacan por su intelecto, ven a Dios como un ser más terrenal y no etéreo.“Los santos padres han sido todos del Viejo Mundo. Latinoamérica importaba teología, pero ahora es diferente, porque ya la produce. A través de Francisco, Latinoamérica le está hablando al mundo”, dice Piarpuzan.Eso explica también su posición geopolítica.

 

En su encíclica ‘Alabado Sea’ plantea que la deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero que no ocurre lo mismo con la deuda ecológica.“Los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro”.Su vida Nació el 17 de diciembre de 1936, en Buenos Aires.Formación Se diplomó como técnico químico y luego se hizo sacerdote.VocaciónEl jesuita fue obispo argentino.Sus frases- “Que los hijos no lleven el peso de la separación ni sean usados como rehén contra el otro cónyuge”.- “Un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios”.- “La antigua veneración del becerro de oro ha tomado una nueva y desalmada forma en el culto al dinero”.- “Si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla”.

 

El Papa de la conciliación

 

Francisco, antes de dejar el Ecuador.
Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

En el 2007, el Gobierno ecuatoriano lanzó al mundo una propuesta para evitar la explotación petrolera en el Parque Nacional Yasuní, considerado uno de los sitios con mayor concentración de biodiversidad del mundo. El plan demandaba una participación económica de la comunidad internacional, que finalmente no alcanzó para cubrir la meta de recaudación (USD 3 600 millones). Pero en el 2013, el Régimen desechó la iniciativa y puso en marcha un plan B que implicaba la explotación de una extensión no mayor al 1 x 1 000 del Yasuní, con una promesa de por medio: el menor impacto ambiental posible, con el uso de tecnología de punta, y el mayor aprovechamiento de los recursos para el país. El argumento del presidente Rafael Correa fue que necesitamos nuestros recursos naturales para superar lo más rápido la pobreza y para un desarrollo soberano. “El que les diga lo contrario les está mintiendo”. Pero, ¿hasta dónde el ser humano tiene potestad para intervenir en la naturaleza, bajo las banderas del progreso y del desarrollo? La encíclica Alabado Seas, que el papa Francisco hizo pública el último jueves 18, volvió a traer al debate esa delgada línea entre la necesidad de conservación y la explotación para mejorar la vida del ser humano. Francisco advierte que no existe una sola respuesta para un problema que tiene varias aristas. Pero también que, en algunos casos, los daños provocados por la intervención del ser humano en la naturaleza pueden ser mayores a los réditos económicos. Esto aplica, como se señala en la encíclica, en los sitios de mayor diversidad del mundo, porque la pérdida de selvas y bosques supone la desaparición de especies que podrían significar en el futuro recursos importantes para la alimentación o la cura de enfermedades. Hay que recordar que en su primera visita a Latinoamérica, a Brasil en 2013, el Papa defendió la conservación de la Amazonía. Y que en su encíclica del 2015, a días de visitar Quito, precisa que el cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato.

Opinión

 

El papa Francisco enciende una vocación sacerdotal en los jóvenes

 

Las palabras y las acciones del papa Francisco fueron como un designio en la vida de Francisco Zamora, de 31 años. Cuando lo escuchó decir que la Iglesia debe enfocarse en los pobres y que no hay que esperar a que los fieles lleguen a tocar las puertas de las iglesias, él salió a buscarlos; a reencontrarlos con la comunidad católica, como lo hace el Papa.

 

Creó un grupo religioso que lleva el nombre del Pontífice en su vecindario, San José del Inca (norte de Quito). Fue hace un año, cuando lo conformaban cinco amigos y familiares. Ahora el número de voluntarios ha crecido, igual que su fe. Francisco Zamora los acompaña cada domingo. El resto de días convive con otros 39 hermanos en el Seminario Mayor San José, uno de los 13 que existen en el país para la formación de sacerdotes.

 

En total acogen a 427 seminaristas. Francisco ingresó hace ocho meses a la casona ubicada sobre las avenidas América y La Gasca. Ya no se extravía, como en los primeros días, en los largos y oscuros pasillos que conectan las alas del edificio con los lugares de oración, los dormitorios individuales, las salas de lectura y el área de wifi.

 

La Internet les ha permitido seguir de cerca las novedades sobre la llegada del papa Francisco al Ecuador, prevista para este 5 de julio. Lo podrán ver en persona en el santuario de El Quinche. El Pontífice espera reunirse ahí con ellos poco antes de dejar el país, el 8 de julio.

 

Marcelo Arévalo ansía verlo de cerca. Admira la alegría con la que anuncia el evangelio. Le inyecta energía para empezar cada jornada. Él se levanta, al igual que el resto de seminaristas, con el sonido de una estridente campana a las 05:10. La hora de oración, la primera del día, comienza a las 05:40. Todos acuden a la capilla abrigados, con saco de lana y pantalón de tela gruesa para sortear el frío de la capital.

 

Luego del desayuno, quienes pasaron el año propedéutico del Seminario se trasladan a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, donde estudian Filosofía y Teología. El resto del grupo, en el que está Francisco Zamora, se queda en el Seminario en clases regulares especiales por la mañana. En la tarde tienen un espacio para estudiar la Biblia o leer en la biblioteca -el paraíso de cualquier bibliófilo-.  

 

Hay 30 000 libros escritos en español, griego, italiano y también latín. Algunos tan antiguos que el olor a polvo se les ha impregnado en sus pastas, como el ‘Directorio Místico’ escrito por el padre Juan Bautista Scarameli, en 1817. Luis Soto es el encargado de custodiarlos. Lleva 10 meses en el seminario. Llegó de Huaquillas a Quito hace seis años, por trabajo. Desde el primer día se vinculó a la comunidad católica de la parroquia Santo Hermano Miguel.

 

Primero con la pastoral y de a poco sintió la necesidad de estar más cerca de Dios. Comparte su historia con los hermanos que llegan a la biblioteca. Ese lugar fue uno de los que más le llamó la atención a Francisco Zamora, cuando llegó al Seminario. Fue un 6 de septiembre del 2014. Sus compañeros del Grupo Misionero se ofrecieron a llevarlo en una camioneta. Ahí acomodó su colchón, maletas con ropa y la imagen de una Virgen de Fátima, que lo acompaña. Fue un obsequio de un seminarista de los padres Josefinos. Estuvo junto a sus hermanos y padres, con quienes las lágrimas fueron inevitables.

 

Se habían acostumbrado a ver al segundo de los hijos levantarse a las 05:00 para orar, desayunar y salir al trabajo. Antes se movía en el mundo de las ventas. Era lo más afín a la carrera que estudiaba en la universidad: Administración de Empresas . ​ Pese al poco tiempo que tenía, él buscaba espacios para poder compartir con la comunidad católica. Fue precisamente en esas charlas de pastoral y de formación espiritual donde nació su vocación sacerdotal y también la admiración por el papa Francisco.

 

Algo que cada vez más jóvenes comparten, como dice el sacerdote Juan C. Jiménez, responsable del departamento de Vocaciones de la Arquidiócesis de Quito. El Papa ha logrado llegar con un lenguaje sencillo, con un discurso consecuente con su accionar y de amor para la humanidad, señala. Evangelizando, incluso, a través de nuevas tecnologías como su cuenta de Twitter, @Pontifex_es, que hasta ayer tenía 8,73 millones de seguidores. Ahora Francisco Zamora se imagina, dentro seis años, cuando termine su proceso de formación, siguiendo ese ejemplo de Buen Pastor en medio del pueblo. Igual que el Papa, que por otro designio escogió el mismo nombre que sus padres para él, cuando nació. Francisco, de Francisco de Asís, el santo de los pobres

Luis Soto llegó desde Huaquillas para ser sacerdote y está a cargo de la biblioteca del Seminario Mayor. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO

La jornada en el seminario Mayor de Quito comienza con una misa, a las 05:40, cuando la luz del sol aún no llega. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO

Francisco Zamora, de 31 años, creó un grupo religioso que lleva el nombre del papa Francisco y luego ingresó al seminario Mayor. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO

 

El mensaje de gratuidad

del Papa contrasta con

las necesidades

de la Iglesia 

 

 

El bautismo es la puerta de entrada al cristianismo. Y, en algunos casos, este sacramento tiene un valor económico que puede variar según la parroquia. Si se trata de una ubicada en el sur de Quito, como la del populoso sector Solanda, el aporte es USD 15; si la iglesia es San Francisco, levantada en el Centro Histórico de la capital, ícono del turismo nacional, este llega a USD 100. El valor incluye la contratación de un músico, pero los arreglos florales del templo de Cantuña corren por cuenta de los papás y padrinos del niño.

 

La recaudación por este y otros servicios religiosos sirve para cubrir los gastos básicos de las iglesias como las tarifas de luz y de agua. También para reconocer el salario del personal administrativo o de seguridad, en algunos casos, y la subsistencia de los sacerdotes, según la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. A escala nacional hay 1 345 sacerdotes diocesanos y 473 sacerdotes religiosos en 1 193 parroquias. No tienen un salario fijo, pero llevan una contabilidad mensual para el Servicio de Rentas Internas y aportan al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, con base en un cálculo que toma en cuenta sus años de servicio.

 

No existe una norma legal que faculte a la Iglesia a definir montos por un sacramento como el bautismo o el matrimonio. Menos para bendecir un vehículo, convertir el agua corriente en bendita o dedicar una misa a un ser que falleció. La Conferencia lo reconoce. Incluso el papa Francisco, antes de dejar el Ecuador el 8 de julio pasado, abogó por la gratuidad de los servicios religiosos.

 

En El Quinche pidió a los cerca de 7 000 sacerdotes y hermanas consagradas del país que no olviden que ellos “no pagaron entrada” para estar en la vida religiosa. Fue parte del discurso que improvisó. "Por favor, por favor, no cobren la gracia, por favor”, imploró el Papa. “Que nuestra pastoral sea gratuita. Es tan feo cuando uno va perdiendo el sentido de gratuidad y se transforma”. Ahora, 11 días después de esas palabras del Pontífice, las tasas siguen invariables.

 

Casarse en San Francisco representa una inversión de USD 200. En la iglesia de la Merced USD 150. Y en La Compañía el aporte es mayor, pues supera el salario básico unificado de un trabajador (USD 354). En esta iglesia, unirse en matrimonio en nombre de Dios implica el pago de USD 500. Además se deben entregar otros USD 100 como garantía que no se devuelve si a alguien se le olvida limpiar el templo y lo deja lleno de arroz o pétalos. También si los novios no son puntuales. En promedio, en cada iglesia, se hacen dos matrimonios cada sábado.

 

El costo en La Compañía no cubre los arreglos florales ni el valor que se debe entregar al sacerdote. Los feligreses, sin embargo, no regatean, pues hay una larga lista de espera de personas que quieren casarse en ese templo sin importar el precio. Las reservaciones se deben hacer con seis meses de anticipación. En La Merced, en cambio, con al menos un mes y medio de antelación.

 

 

Para el presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, Fausto Trávez, hay que entender en contexto lo que señaló Francisco en su mensaje a los religiosos en El Quinche. Habló de la gratuidad, sí, pero como una virtud, aclara el obispo.“(El Papa) no dijo que no cobren, porque de algo han de vivir los sacerdotes, generalmente proceden de familias no acomodadas; de dónde van a sacar la plata para construir o arreglar las iglesias”.

 

El párroco de El Sagrario, Ramiro Rodríguez, por ejemplo, requiere de unos USD 50 000 para las obras urgentes de rehabilitación del templo colonial. Las aulas donde se hace la pastoral deben ser intervenidas. Solo para cambiar el piso de madera del templo, que cruje con el menor peso y distrae a quienes rezan, hacen falta entre USD 7 000 y USD 10 000.

 

Los ingresos para esa, la primera casa parroquial de Quito, provienen de donaciones; de ofrendas económicas por los sacramentos como matrimonios, misas; de actos solidarios que organiza Rodríguez con la comunidad (bingos). Pero también de las limosnas que dejan los feligreses en las misas. Así logra los recursos para la alimentación y vestimenta no solo de él, sino también de los indigentes del Centro Histórico, a quienes se ayuda en El Sagrario.

 

 

El presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, Fausto Trávez

Trávez recuerda que en una época se intentó definir una tabla de precios para unificar los cobros, pero esta idea no pudo prosperar. Cada parroquia puede establecer los aportes, aunque para el presidente de la Conferencia, lo óptimo sería que sean todos voluntarios. En las parroquias que él ha estado esa ha sido la política. Aunque con un riesgo: que los ingresos no alcancen para pagar las cuentas, porque hay personas pudientes que aportan con menos de lo que cuesta el pasaje de un bus.

 

Las limosnas no son como se cree, dice Trávez, al tiempo que trae a colación una anécdota. En una iglesia grande recuerdo que decían: “Tanta limosna que se llevan”. Entonces yo dije nombremos un consejo económico que administre los ingresos y transparentamos las cuentas. Un mes después se dieron cuenta que no había ni para pagar el agua. Para la Iglesia, lo grave sería que un sacerdote use su condición para lucrar y enriquecerse.

 

Eso no solo está penado en las leyes ordinarias, sino también en el Código de Derecho Canónico. Ahí se reconoce como un pecado a la simonía. Es la acción o el intento de negociar con cosas sagradas, como el bautismo o el matrimonio. Aplica también si se llega a comprobar que uno o varios sacerdotes concertaron para ser asignados a una parroquia que pueda ser ‘más lucrativa’ que otra. Eso también ha sido condenado por Francisco. En 2014 incluso instó a los párrocos a no convertir la casa de Dios, en una casa “de negocios”. Pidió que se retiren las listas de precios pegadas en los ingresos a las iglesias. Eso se cumplió en Ecuador a medias, porque ahora los precios están en hojas volantes que se entregan en algunas iglesias a las personas que se acercan para honrar los sacramentos de su fe.

Recopilación de las publicaciones hechas por el periodista Andrés Jaramillo Carrera para Grupo EL COMERCIO

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